El proyecto Ex umbra in solem busca estudiar y ofrecer a un público amplio los manuscritos que dan cuenta de la enseñanza de la filosofía natural en Chile colonial, visibilizando así el desarrollo de la disciplina y poniendo en valor el patrimonio filosófico nacional.
En el contexto de la enseñanza de la filosofía en la época colonial chilena, es relevante destacar la historia de uno de los colegios más significativos de aquel periodo: el Real Convictorio Carolino.
Durante mediados del siglo XVIII, el Reino de Chile contaba con solo dos centros educativos, ambos dirigidos por los jesuitas: el Convictorio de San Francisco Javier y otro en la ciudad de Concepción. En 1690, el Rey Carlos II de España promovió la creación de escuelas para difundir la fe católica en sus colonias, y el 13 de febrero de ese año, dictó una cédula real que ordenaba la fundación de un colegio en Chile con dicho propósito. Dos años después, en 1692, el padre Valensiano Basilio Pons, Comisario General de las Misiones de Perú, llegó a Chile para establecer este colegio, el cual quedó bajo la dependencia de las mencionadas misiones. Sin embargo, la expulsión de los jesuitas del Imperio Español, decretada por Carlos III, interrumpió la enseñanza primaria en el Reino de Chile. Esta situación preocupó a las autoridades, ya que los jóvenes interesados en educarse debían viajar a distantes universidades como la Real Universidad de San Marcos en Lima o la de Córdoba del Tucumán en el Virreinato de la Plata (Frontaura, Historia del Convictorio Carolino: 5-6).
En 1769 se crearon las juntas de temporalidades para administrar los bienes confiscados a los jesuitas expulsados y, en Chile, dicha junta estuvo encabezada por figuras destacadas como don Francisco Javier de Morales y Cartejón, Capitán General del Reino. Años más tarde, en 1772 se aprobó la fundación del Colegio Real Seminario de Nobles de San Carlos, en honor a Carlos III, Rey de España e Indias. Para ello, se utilizó como base el antiguo Convictorio de San Francisco Javier, que pasó a llamarse Convictorio Carolino. Se otorgó a los alumnos el privilegio de llevar el distintivo de la corona real sobre la beca, y las armas reales se exhibieron en la puerta (Frontaura, Historia del Convictorio Carolino: 11-12).
El 10 de abril de 1778, tuvo lugar la emisión de un decreto que dispuso solemnemente la apertura del colegio Convictorio Carolino. Dicho evento contó con la presencia destacada de las principales autoridades del Reino de Chile, encabezadas por el Capitán General y Gobernador, don Agustín de Jáuregui. Durante la ocasión, se presentaron a los maestros designados para la institución, así como el escudo que representaba simbólicamente al colegio (Frontaura, Historia del Convictorio Carolino: 21-22).
En relación a la enseñanza en el Convictorio Carolino, se ofrecía una educación rigurosa, sus alumnos estaban sujetos a estrictas normas de conducta. Enseñaban latín, teología, filosofía, etiqueta social y también las primeras lecciones del idioma español. Durante esa época, se convirtió en una de las pocas instituciones educativas en funcionamiento, desempeñando un papel crucial en el desarrollo educativo. El colegio Convictorio Carolino educó a más de mil jóvenes durante sus treinta y cinco años de existencia, algunos de sus exalumnos demostraron una gran ilustración y un pensamiento recto y firme, destacando incluso en medio de las agitaciones de la revolución y alcanzando los primeros puestos en el país (Frontaura, Historia del Convictorio Carolino:30).
La labor del Convictorio Carolino resultó innegablemente valiosa y beneficiosa para Chile, dejando una huella significativa en el progreso educativo del país al difundir y promover el conocimiento y los estudios de las distintas disciplinas que impartía. En 1813, el Convictorio fue integrado al Instituto Nacional de Chile, pero se mantuvo en su cargo al Rector (José Francisco de Echaurren) y, sobre todo, continuó con la rigurosidad académica. Así, la institución desempeñó un papel crucial en la enseñanza de la filosofía desde la segunda mitad del siglo XVIII y contribuyó al enriquecimiento cultural del país.
En la actualidad, contamos con el testimonio de las obras de dos maestros de la institución santiaguina: el paraguayo Manuel Antonio Talavera y el chileno José Francisco Echaurren. En efecto, se conservan en formato manuscrito los cursos trienales de filosofía de ambos profesores del Convictorio Carolino. Estos documentos constituyen, sin duda, un buen ejemplo del quehacer filosófico en las aulas del cono sur del continente americano hacia finales del siglo XVIII.
Para obtener información más detallada sobre esta institución, sugerimos consultar el siguiente texto: Historia del Convictorio Carolino (Apuntes para la historia de los antiguos colegios de Chile), de Juan Manuel Frontaura.
Samantha Fernández M.
Profesora de Filosofía
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